Desde la sombra: AsombrArte y de cómo el arte devuelve la visión a los ciegos

Dr. José Manuel Rodríguez Pérez

"La vida es dolorosa y llena de sufrimiento; el arte es la única manera de apaciguarlo, pues en ella, el hombre se libera por un instante de las cadenas de la voluntad".

Esta frase fue acuñada por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), pero quizá ni él mismo era plenamente consciente del inmenso poder sanador de las artes.

En artículos anteriores hemos hablado de cómo algunos artistas se han sobrepuesto a sus limitaciones visuales y han continuado con su labor creativa; sin embargo, hace unos meses tuve la fortuna de estar en presencia de personas a quienes el arte les ha sanado más allá de lo que cualquier oftalmólogo podría lograr. En “AsombrArte”, organizado por la tanatóloga Angélica Lenz, se congregaron personas de diversas disciplinas artísticas, con dos cosas en común: algún grado de limitación visual y haber aprendido a ver el mundo a través del arte.


Quienes siguen mi trabajo, quizá estén acostumbrados a un formato particular en mis artículos; no obstante, esta vez me embarco en la aventura de un estilo diferente. Comienzo esta crónica con la inauguración del evento, celebrada el 3 de octubre de 2024 en Plaza Loreto. Angélica Lenz, creadora y directora de AsombrArte, tomó la palabra para afirmar, entre otras cosas, que esta primera edición del festival se realiza en el marco del Día Mundial de la Visión, con el objetivo de promover la prevención y resaltar cómo cada obra está profundamente ligada a la percepción individual y a la historia personal de cada artista. Lenz, además, compartió cifras impactantes: 11.1 millones de personas en México viven con discapacidad visual, pero a menudo permanecen invisibles para las instituciones.


El evento continuó con la participación de Alexis Renato Arroyo Mendoza, conocido como “Ojitos de Huevo”. Su intervención, cargada de humor y honestidad, ofreció una reflexión profunda sobre su vida como persona invidente. Con gran elocuencia, Alexis describió cómo el arte ha sido una ventana a un mundo que de otro modo no podría ver, destacando el poder de la narrativa cinematográfica, la literatura y la música en su experiencia personal.


Durante los tres días de conciertos, conferencias, talleres y asombrosas muestras como el “teatro ciego”, tuve el enorme gusto de entrevistar a tres personalidades. Como lector, te pido que no esperes encontrar la típica lluvia de preguntas de las innumerables entrevistas que suelen hacerse, ya que esta sección se aboca exclusivamente al arte.

Angélica Lenz, ver mas allá

La primera persona con la que tuve el gusto de platicar fue Angélica; creadora y directora del festival. Es tanatóloga, escritora, coach de vida, y padece de distrofia de conos y bastones. Aunque este padecimiento le arrebató la visión, ella misma afirma que sin él nunca podría haberse inspirado para realizar todo cuanto ha hecho. Al tiempo que charlábamos, un chelo practicaba en la lejanía… “La adversidad despierta en ti aptitudes que nunca creíste tener”, agregó.


Nuestra conversación se adentró en su perspectiva del arte, la cual cambió junto con el progreso de su padecimiento. Los cuadros, las estatuas y las galerías que contemplaba de niña, se convirtieron en elementos sanadores para su vida. Luego, le pregunté sobre los artistas que han marcado su trayectoria, y, para mi sorpresa, todos los que se presentaron en el festival fueron entrevistados por Angélica para su podcast “Mirando más allá”.

Le pregunté:
—¿Qué significa para ti ver?
Con una sonrisa sutil, hizo un pequeño silencio y respondió:
—Percibirnos a nosotros mismos, a los demás, a la vida misma con los ojos del alma. Para mí, ver es eso, conectar corazón con corazón.
Proseguí:

—¿Cuál crees que fue el mayor obstáculo para realizar este evento?
—Hace un rato hablábamos de filantropía, de amor a la humanidad, como dijiste, y es justo eso lo que nos falta. No queremos ser un número, queremos ser vistos. Hay muchos artistas que debieron estar aquí, pero los fondos no son suficientes para cubrir las necesidades de tres días.

Esta respuesta tan cruda me conmovió. Entonces le pregunté, buscando algo más esperanzador:
—¿Crees que el arte es una forma de resiliencia?
—No solo lo es, sino que se convierte en un elemento sanador para todos. Al conectar con estas expresiones salimos del dolor y conseguimos nuevas experiencias de vida.


Finalmente, le hice una pregunta que repetí en todas mis entrevistas:
—¿Qué mensaje le darías a los oftalmólogos que leerán este artículo?
—A lo largo de mi vida he pasado por muchos profesionales de la salud. He asistido a innumerables congresos de oftalmología a vender mis libros sin una respuesta favorable. No es solo por vender lo que escribo, sino porque me interesa que los oftalmólogos sepan que un paciente que ha perdido la visión aún tiene una vida por delante. Esos pacientes, mejor dicho, esas personas, necesitan saber que hay un camino. Muchos me han dicho que sus oftalmólogos les dicen “bueno, no hay nada que hacer, nos vemos en un año para su consulta”. ¡No! El oftalmólogo debe ser el vínculo que conecte al paciente con la rehabilitación visual, o esa persona estará perdiendo años de vida productiva, sentados, esperando su siguiente consulta.

Mary Carmen Graue, una chelista en la noche

Mi segunda conversación fue con una verdadera virtuosa del chelo, con una sonrisa que enamoraría a cualquiera: Mary Carmen Graue. (Si estás pensando en cierto rector de cierta universidad, no es una casualidad.) Perdió uno de sus ojos a los 7 años debido al glaucoma congénito. A los 18 aún conservaba el 70 % de la visión en su otro ojo, pero al sumarse catarata y desprendimiento de retina, la luz abandonó su vista, permitiéndole ver de otra forma.
Fue en ese momento cuando Mary Carmen se inició propiamente en el chelo. “Empecé tarde”, afirma. “Cambió mi forma de escuchar, no solo con los oídos sino con todo mi cuerpo. Se agudizó mi escucha. No sé si es por la ceguera o por mis horas de vuelo como chelista”.

Le pregunté:
—¿Qué te ha enseñado tu instrumento sobre la visión?
—Que la visión, doctor, no solo se trata de los ojos. Vemos con todo nuestro cuerpo. Soy muy cinestésica, no sé si es por esto, pero no puedo dejar de interrelacionar mis sentidos. Lo que toco evoca en mí olores, sabores, colores, imágenes… Es curioso que, a pesar de ser ciega, sigo siendo muy visual. El arte y la creatividad son una medicina, siento yo.


Hablando de lo contrario, continué:
—El silencio es algo que todos buscamos, y es la materia prima de la sordera, como la oscuridad lo es en la ceguera. ¿Qué papel juega el silencio para ti y para tu música?
—El silencio es la posibilidad de un todo, lo que sería para ti como escritor una hoja en blanco. En la música tiene un lugar activo; sin esos respiros, sin ese espacio donde todo se acomoda, la música simplemente no puede existir.
Para proseguir, le pregunté sobre la conexión con su instrumento, y me reafirmó cómo esta unión integral entre ambos se da. “Mis manos, mi cuerpo, mi chelo, yo, somos parte de un todo porque la música no solo entra por los oídos, la percibimos con todo nuestro ser”.


—Le pregunté también si hay algún músico con el que se sienta más afín.
—Bach, respondió.


De alguna manera, esa respuesta no me sorprendió en lo absoluto. Sin lugar a dudas, Johann Sebastian Bach es el “alfa y el omega de toda la música”, como lo decía Max Reger. Aunque esta descripción se queda muy corta, Mary Carmen lo expresa mejor: “Escucharlo, interpretarlo es una forma de limpieza musical, nos lava la escucha, la cabeza, el alma; me reestructura, me rearmoniza totalmente”.


Finalmente, le hice la misma pregunta que a Angélica: —¿Qué mensaje le darías a los oftalmólogos?
—Creo que perder la visión es el mayor y más horrible cambio de vida, y, en mi experiencia, al oftalmólogo le falta la empatía para acompañar al paciente en ese duelo. Los necesitamos, necesitamos de su acompañamiento para afrontar esta pérdida.

Shino Watabe, el koi que se convirtió en dragón

Originaria de Japón, Shino trabajó en una oficina por muchos años hasta que una patología del nervio óptico le dejó sin el 95 % de su visión. Irónicamente, fue precisamente esto lo que la regresó a su pasión de estudiante: la pintura. “El arte para mí fue un antes y después, me dio un motivo para seguir viviendo. Pensé que del arte no podría vivir; pintaba en mis tiempos libres. Perder la vista y volverme a encontrar con esta parte de mí fue un golpe, pero también una sorpresa bonita”, contó.

El dragón es un tema recurrente en la obra de Shino. Más allá de su lugar en el folclore japonés, me interesaba saber qué la motiva a retratar al mítico animal. Naturalmente, esta pregunta estaba en mi repertorio, y ella respondió:

—Es un animal que no existe, pero aún así vuela, nada, camina, exhala fuego. Para mí es un sinónimo de la posibilidad.

Esta resignificación del mito me llevó a cuestionarle sobre qué otros conceptos han cambiado en su vida, y quiero destacar la palabra “color”. Alguna vez, querido lector, ¿te has puesto a pensar en lo que significa algo tan natural en nuestra vida? Algo tan esencial que ni siquiera es una propiedad física de los objetos; literalmente depende del ojo de quien mira y de la luz con la que se contemple. En lo que Newton veía “modos de la luz” y Goethe “productos de la luz y la oscuridad, actos y sufrimientos”, Shino Watabe ve libertad. Se puede pintar una manzana roja pero también azul, o morada, o naranja. Ese mundo creado por sus manos es justamente eso: suyo; con sus reglas, tonos y matices.
Indudablemente no todo es maravilloso. Así como hay grandes inspiraciones, también hay grandes obstáculos:

—¿Hay alguien o algo que consideres un obstáculo en tu desarrollo como artista?

Antes de responder, soltó una risilla nerviosa y dijo: —Mi familia. Bueno, mi papá me apoyó, pero cuando les dije que quería venir a México para estudiar arte, fue el acabose. Sé que hasta el momento no están contentos, pero eso lo usé de motor para demostrar que puedo ser feliz, que poquito a poquito lo estoy logrando. También he tenido el apoyo de muchísima gente. Hay quienes critican mis obras y me deprimen, pero siempre aparece alguien que me da un comentario positivo. Esto incluye optometristas y oftalmólogos. No podría nombrar a todas esas personas maravillosas que han evitado que tire la toalla.

Para finalizar, le pedí un mensaje para mí y para mis colegas:

—Estoy muy agradecida con todos los oftalmólogos que han apoyado mi obra, que mandan a sus estudiantes a mis exposiciones. He tenido mucha suerte, me dan trabajo, me hacen pedidos. Creo que hay muchos artistas, además de mí, que tienen discapacidad visual. Quiero pedirles que se acerquen a ellos. Cuando están deprimidos como lo estaba yo, por favor acérquense a ellos.

Si la leyenda es cierta y la carpa que nada contra la corriente se convierte en un dragón, Shino Watabe ya vuela muy alto en ese cosmos llamado “posibilidad”.

Me encantaría redactar para ustedes las conversaciones tan interesantes que tuve ese fin de semana o retratar los talleres e innumerables obras de las que pude ser testigo. Sin embargo, nuestro tiempo se ha terminado. Este artículo agoniza, pero no me despediré sin darles un último obsequio: una muy pequeña historia de mi autoría, una pincelada de inspiración que apenas llega a encarnar la belleza y la melancolía que me fue transmitida en esta primera edición de “AsombrArte”.

Un monje itinerante se guarecía de la fuerte lluvia en un templete a la orilla del camino. Junto a él, dos pescadores hablaban para matar el tiempo. Entre la lluvia se dibujó una figura que andaba a paso lento, guiándose con un bastón. Sobre su cabeza, un sombrero largo lo cubría de la tormenta, y a su espalda, protegido por un abrigo de paja, un biwa se asomaba.

Cuando el bastón del ciego golpeó el primer escalón del templete y escuchó las voces de los pescadores, no dudó en detenerse para descansar y, de paso, ganar unas monedas. Con extrema tranquilidad, se sentó con la espalda recargada en la puerta del altar, dejó su sombrero por un lado y comenzó a afinar su instrumento. Al poco tiempo entonó:

Te anhelo, Morioka, pueblo amado.
En la niebla el monte calla,
y las sombras se alargan con la tarde.
El viento murmura e historias se llevan,
entre los pinos el silencio arde.

Oh, sendero antiguo, que mis pasos tomas,
eco distante de un pasado sin fin.
En tus piedras se ocultan memorias,
y el cielo gris llora lo que ya no vi.

—Nunca he entendido por qué las canciones de los ciegos siempre son tan melancólicas —dijo uno de los pescadores, mientras acomodaba los brazos dentro de su ropa.

El monje interrumpió al otro pescador, que estaba a punto de contestar.

—Porque sus bocas cantan sobre cosas que sus ojos jamás podrán ver.

Parecía que no se diría más, pero casi de inmediato el músico detuvo sus manos y con una sonrisa dibujada en su cara replicó:

—Quizás es porque mi boca jamás podrá cantar las cosas que mis ojos pueden ver ahora.

Continuó su tonada, y con la última gota de lluvia llegó el fin de la canción. Después, el imperio del silencio se extendió sobre la noche.

Apreciable colega:

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